Mientras pasaba la llamada dejó el teléfono descolgado, y oí que decía:
"Ya está el Piernavieja de los de coj*nes"
Casi me muero al oírlo.
Le solté mi rollo, escribí lo que me pidió y seguí trabajando cada día hasta que llegó el sábado.

En el verano de 2001, con 25 años, descubrí lo que es sentir presión por tu trabajo (y verás por qué mi descubrimiento hará que tú escribas un mejor libro).

Por los cursos de verano de la Universidad Complutense en El Escorial desfilaban ministros, políticos, periodistas, jueces, académicos, empresarios, investigadores y todo el que era alguien en el mundo político, económico, social, cultural y científico.

Sin ninguna experiencia en las secciones duras del periódico, me vi entre un nutrido grupo de periodistas con más edad y muchas más tablas que yo. Entre la intensa actividad de cada día, tenía que elegir a qué conferencia asistir, una vez allí tomar notas y después llamar al jefe de la sección de turno para venderle el tema.

Por decirlo suave, sentía un nudo en el estómago cuando tenía que llamar al redactor jefe de la sección de Nacional del periódico para contarle lo que había dicho el vicepresidente del Gobierno, el ministro del Interior o el jefe de la oposición.

01
Un día llamé y lo cogió una becaria. Avisó al redactor jefe y dejó el teléfono descolgado sobre la mesa, esperando a ponerse.

Antes de cogerlo, le oí decir:
˝Ya está el Piernavieja de los de cojones”.
Casi me muero al oírlo. 
Le solté mi rollo, escribí lo que me pidió y seguí trabajando cada día hasta que llegó el sábado.

Ese día, sin haberlo pensado antes ni tomar la decisión, de repente me vi duchado, vestido y camino del periódico. Entré en la primera planta de Pradillo, donde estaba entonces la redacción de El Mundo, y allí vi al redactor jefe de Nacional, solo, leyendo el periódico.

Le saludé, pero no le pregunté nada. No le cuestioné nada.

02
César, tienes que entender que estoy a mil cosas. Los teletipos, los redactores, Pedro J., la reunión de portada … Cuando me llames, dame un titular, solamente un titular, me dijo.
Fue la primera gran lección de todas las que aprendí allí dentro.
Desde entonces, todo empezó a cambiar. Lo que antes era un verdadero sufrimiento, empecé a disfrutarlo como nunca.

Seis años después era yo quien recibía cada día 30 llamadas de gabinetes de prensa y agencias de comunicación, decenas de teletipos y centenares de notas de prensa.

Y cuando hablaba con los colaboradores y corresponsales en varias ciudades, o asistía a las reuniones de temas y de portada en El Economista, me acordaba con cariño de aquel aprendiz con ganas y de aquel vasco que me dio aquella gran lección.

Un aprendizaje esencial para todo lo que he hecho después. Y por supuesto para los libros que he editado.

Porque adoptar una comunicación clara, comprender el poder del ‘por qué’ y valorar la autenticidad y la franqueza pueden no solo transformar el trabajo de uno, sino inspirar a otros para que hagan lo mismo con sus lectores.

Y eso tiene mucho que ver con 3 preguntas que debes hacerte antes de empezar a escribir, porque de su respuesta dependerá que tu libro te ayude ( o no) a:
  • potenciar tu marca personal
  • posicionarte (o reafirmarte) como experto/a de tu sector
  • fidelizar a tus actuales clientes
  • conseguir nuevos clientes
  • generar un retorno (directo o indirecto)
03

Escribe un libro que no solo exista, sino que trascienda.

Y que, además de ser útil a tus lectores, te ayude a ti también.
Cuéntame cómo
cesar piernavieja
César Piernavieja